Interstellar II
Teníamos las estrellas, siempre las tuvimos. Pero era todo tan hermoso, tan aterrador, tan fascinante e incomprensible que debimos construir modelos a escala para explicarnos la inmensidad. Entonces inventamos los mitos, los relatos, la poesía. Y a medida que nuestra búsqueda de trascendencia se fue uniendo a nuestro progreso intelectual, combinamos esas tres instancias en una sola: la ciencia-ficción. Christopher Nolan no olvida que, antes del escapismo, el género fue un instrumento de exploración e introspección; un intento más de buscar respuestas en los cielos, pero consciente de que la clave siempre estuvo en nuestro interior. ‘Interstellar’ se abre con un modelo de la nave Apollo sobre una estantería llena de libros polvorientos. Hemos olvidado las leyendas, la ficción, pero también la ciencia. Hemos abandonado la NASA y nos hemos dejado seducir por la start-up. Estamos tan obsesionados mirándonos en los charcos del barro que hemos olvidado que, a veces, las estrellas se reflejan en ellos.
Nolan no cita a Oscar Wilde, pero sí a Dylan Thomas: su ‘No entres dócilmente en esa noche tranquila’ le sirve a ‘Interstellar’ como código fuente tanto como ‘2001: Una odisea del espacio’ (Stanley Kubrick, 1968). Su cine siempre ha tenido puntuales brotes poéticos —las chisteras abandonadas de ‘El Truco Final (El Prestigio)’ (2006), el París fractal de ‘Origen’ (2010)—, pero nunca a este nivel: parece un prosista empeñado en encontrar el alma a través de las matemáticas, en apuntar fórmulas precisas para describir la mecánica (cuántica) del corazón. Esta es una historia íntima sobre un padre y una hija. También es una colosal parábola sobre nuestra relación con el infinito, la obra más ambiciosa de un director que nunca se ha caracterizado por su modestia. Hay algo sinfónico en sus espacios sonoros, algo temerario en su empeño por conjugar la física teórica de Kip Thorne con el monólogo de Anne Hathaway sobre el amor como constante espaciotemporal, algo heroico en el salto mortal de su tercer acto. ‘Interstellar’ opera a una escala monumental, pero el núcleo de su mensaje se expone con sentida ingenuidad desde esa imagen de apertura: no debemos olvidar jamás que el único privilegio que se nos concedió en esta roca fue la posibilidad de mirar las estrellas. Porque es allí de donde venimos, y allí es donde volveremos.
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